Fue fiesta movible de tres días entre febrero y marzo, el carnaval de colorido africano en los barrios de Malambo. Desde la entrada triunfal de "Ño Carnavalón", había bulla de chirimías y matracas. Desde "La totorita" donde moraban los negros "San-Güanes" (bebían sangre de toro) hasta "Mondonguería", "Cogos" y "Terranova" bailaban un "toma y daca", en las tambarrias, chinganas y pulperías, adornadas con grotescos mascarones sobre mostradores. Las negras lavanderas se batían con chisguetes de estaño haciendo resonar sus risas en la pampa erizada de cañas con ropa blanca, en los mentados callejones del "Águila" o "Suche".
Fue carnaval de bombilla y jeringa, de pica-pica y cascarones de olor, que entre aromas de fritanga reunieron a la más pura chamuchina. Miles de globos "marinos" estallaban en mamparas de colores, en las verdes celosías y los calados balcones sepia. Alegres "mascaritas" revoloteaban la Alameda del arrabal de San Lázaro, entre gritos, correrías y pregones. Pasaban raudas carretas de baranda adornada con palmeras y mulas enjaezadas a la usanza del país; y cascabeles y guirnaldas, llevando su plataforma repleta gente de color. Encharcaban las polvorientas calzadas cuando el sol derretía en lajas de piedra de Panamá las pinturas aventadas por las prietas mozas. Y en borracheras de chinchiví, chicha de jora y cerveza de Acho, se armaron zafarranchos de baldes y bateas, que aventaban agua chocolate desde las cornisas de las azoteas. Las recias mulatas, chorreando harina y betún mojaban a cachacos coronguinos dentro de la taza de los caños con figuras de leones. Y las turbas de negros retintos zampaban a sus robustas vecinas a las aledañas acequias turbias.
En la noche, a la luz mortecina de los faroles y candiles, brisando "quitasueños" entre cadenetas de papel, bajo la sombra de los frescos malambos, restallaban en las veredas el trenzado chicote, la inflada vejiga y los cohetecillos de Napoleón. Zapateado entrevero de los renombrados "Churrasco" y "Tacú- tacú", capataces del "Son de los Diablos" (arpa, quijada y cajita), alborotando las encomenderías "macacas" a las que imponían la clásica multa de ponerles sobre el hombro sus floreados pañuelos, que debían ser colmados con monedas de plata o botellas de ferné y aguardiente para continuar la juerga callejera. El miércoles ceniza en el pampón de cada vecindario populoso se confeccionaba un mamarracho de trapo, el que era paseado en compañía de una llorosa viuda y la lectura de un estrafalario testamento, siendo motivo de cierra-puertas en algunas pulperías. Dos semanas después, en la fecha de Cuaresma, se festejaba el Día de la Vieja, con bailes de fantasía que consistían en desfile de pintorescas cuadrillas y visitas hasta la "hora nona". La gente menuda, premunida de desvencijadas latas, raspaban el piso de las ancianas que andaban en sus quehaceres.
Fue carnaval de bombilla y jeringa, de pica-pica y cascarones de olor, que entre aromas de fritanga reunieron a la más pura chamuchina. Miles de globos "marinos" estallaban en mamparas de colores, en las verdes celosías y los calados balcones sepia. Alegres "mascaritas" revoloteaban la Alameda del arrabal de San Lázaro, entre gritos, correrías y pregones. Pasaban raudas carretas de baranda adornada con palmeras y mulas enjaezadas a la usanza del país; y cascabeles y guirnaldas, llevando su plataforma repleta gente de color. Encharcaban las polvorientas calzadas cuando el sol derretía en lajas de piedra de Panamá las pinturas aventadas por las prietas mozas. Y en borracheras de chinchiví, chicha de jora y cerveza de Acho, se armaron zafarranchos de baldes y bateas, que aventaban agua chocolate desde las cornisas de las azoteas. Las recias mulatas, chorreando harina y betún mojaban a cachacos coronguinos dentro de la taza de los caños con figuras de leones. Y las turbas de negros retintos zampaban a sus robustas vecinas a las aledañas acequias turbias.
En la noche, a la luz mortecina de los faroles y candiles, brisando "quitasueños" entre cadenetas de papel, bajo la sombra de los frescos malambos, restallaban en las veredas el trenzado chicote, la inflada vejiga y los cohetecillos de Napoleón. Zapateado entrevero de los renombrados "Churrasco" y "Tacú- tacú", capataces del "Son de los Diablos" (arpa, quijada y cajita), alborotando las encomenderías "macacas" a las que imponían la clásica multa de ponerles sobre el hombro sus floreados pañuelos, que debían ser colmados con monedas de plata o botellas de ferné y aguardiente para continuar la juerga callejera. El miércoles ceniza en el pampón de cada vecindario populoso se confeccionaba un mamarracho de trapo, el que era paseado en compañía de una llorosa viuda y la lectura de un estrafalario testamento, siendo motivo de cierra-puertas en algunas pulperías. Dos semanas después, en la fecha de Cuaresma, se festejaba el Día de la Vieja, con bailes de fantasía que consistían en desfile de pintorescas cuadrillas y visitas hasta la "hora nona". La gente menuda, premunida de desvencijadas latas, raspaban el piso de las ancianas que andaban en sus quehaceres.
Ya se durmió el carnaval de agüita florida y kananga, de charquitas cual espejos de luna y estrellas. Se han perdido los ecos tamboreros de otrora. Las charangas se acallaron. También los pitos y los cascabeles. Lamparines y luces de Bengala se apagaron. Las tiendas de los finos polvos de Pompeya ya no existen. Carnaval de antaño ya te has ido, ya te fuiste con tu legendario torneo de cintas a caballo por el arrabal pinturero de Malambo.
Texto de: Aurelio Collantes
Fuente: El Comercio (18/01/1977)
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